Al Corazón de una Madre: Al Vivir un Aborto Espontáneo

 

Al corazón de una madre: Al Vivir un Aborto Espontáneo

¿Has tenido algún día, o quizá un año, en el que ni respirando profundo se acomodan tus emociones? Para mí, ese año fue el 2018. A finales de mayo, en medio de un tratamiento por células cancerígenas, el doctor nos confirma a mi esposo y a mí que estoy embarazada. No había salido de mi estado de sorpresa, cuando nos dice: “Son gemelos, pero uno de ellos va a desaparecer durante el primer trimestre”, y fue ahí, en medio de las explicaciones médicas acerca de la inviabilidad de mi bebé, que entré en negación.

Negación que duró hasta el 10 de julio, de ese mismo año, cuando empecé a sentir punzadas en mi vientre, y la sangre me anunció que mi hijo había muerto. Allí, en el baño de mi casa, sentí que mi corazón se rompió, no fue un llanto intenso, sino más bien un llanto lento y suave, muy suave, que me dejó inmóvil, con una sensación de estar dentro de una burbuja de dolor y angustia.

Para el resto del mundo nada había pasado, yo seguía embarazada (aún tenía un bebé en mi vientre); pero para mí todo pasó. Y ahí en medio de la indiferencia de la gente y de las palabras hirientes, me enojé. Me enojé conmigo y me enojé con Dios, si con mi dulce y buen Dios, me preguntaba los por qué, sin ver que Dios estaba trabajando en mi vida y formando mi carácter. Sin ver que Dios me entendía, porque su hijo murió en un madero, murió por mi pecado, inclusive murió por ese enojo que sentía en ese momento.

 Y fue ahí, justo ahí, cuando recordé la gracia de Dios, cuando recordé el amor de Dios (porque Él nunca dejó de amarme), en el momento en que fui hacia la cruz me sentí consolada, consolada por El Consolador. Y recordé: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46:1).

 Pensé en escribir esto de forma impersonal, pero un aborto, la muerte de un hijo, es lo más lejano a algo impersonal, y aunque somos muchas las mamás que hemos perdido a un hijo, sé que cada pérdida, cada una de esas muertes es la tribulación más grande que puede haber en el corazón de una madre. A cada mamá que tiene esta pena le recuerdo que es amada por Jesús, puedes tener la certeza de que Cristo es tu fortaleza. El Espíritu Santo me recordó 1 Tesalonicenses 4:13, y hoy lo quiero compartir contigo: “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza”.

Mi hijo y tu hijo están en lugares celestiales, y aunque sabemos esta verdad está bien llorar, extrañar y amar a alguien que está en el cielo, porque un día también nosotras estaremos allá, y un día, pronto “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos nuestros (de ellos); y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4) Recuerda, que mientras estamos acá Dios sana nuestro corazón quebrantado y venda nuestras heridas (Salmo 147:3).

 Y a ti, hermana en Cristo, que no has perdido a tu hijo; acompaña, ama, abraza a esa mamá que tiene el corazón roto; nunca minimices la muerte por aborto. Amémonos con el mismo amor con que ama Cristo Jesús. Por mientras, como dice el Salmo 46, estemos quietas y conozcamos quién es Dios. El Señor es bueno, siempre bueno, y nos puede dar gozo en medio del luto. Permitámonos ser consoladas y amadas por Aquel que nos amó primero, tengamos nuestra esperanza puesta en Cristo Jesús y ya “sea que vivamos, o que muramos”, recordemos que “del Señor somos” (Romanos 14:8).  

Se despide con amor, Flori, una mamá redimida.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Abrazando el Diseño de Dios: Llamadas con un Propósito

Abrazando el Diseño de Dios Parte 3: El Verdadero Éxito

Ministerio de Madres Unidas para Orar