Abrazando el Diseño de Dios Parte 2

 

Hola!

Bendiciones, mi nombre es María Soledad, soy coordinadora para Costa Rica del Ministerio Madres Unidas para Orar Internacional.

Quiero contarles un poco de mi historia. Me crié en lo que hoy día se llama hogar disfuncional, porque, aunque mis padres eran temerosos de Dios, no eran educados en la Palabra, entonces no podían trasmitir la fe como lo demanda Deuteronomio 6: 6-7 que aclara sobre transmitirla en forma vivencial.

Mis padres peleaban mucho, siempre estaban estresados y éramos muchos hijos, por lo que el tema económico era una carga sobre ellos. Ahora veo de otra forma todo lo que experimenté en la infancia. Dios es quien hace que los proyectos humanos funcionen para bien, pero cuando no le damos lugar a Su guía es fácil perdernos en nuestra naturaleza pecaminosa, y no permitir que se cumplan los propósitos hermosos de Dios en nuestras vidas, en nuestros hogares.

De niña, en los años 60 y 70 escuchaba a las amigas de mi mamá aconsejarle que no se desgastara procurando el bienestar de sus hijos porque ellos no le agradecerían nada en el futuro.  Desde entonces, y aunque no había mucha información, ya se gestaban todos esos conceptos deformadores de la sociedad: “Ámate a ti mismo”, “Sé tú mismo”, “Busca tus sueños”, “Piensa en ti”, es decir, el hogar no es importante.

Y estos pensamientos son muy contradictorios porque los hombres y mujeres desean formar hogares.  Todos queremos un hogar donde descansar con personas para compartir. Pero el egoísmo y egocentrismo que han generado estas ideas que se oponen al concepto de hogar, hacen colapsar a la sociedad en frustración. Sé que por circunstancias de trabajo u otras, muchas personas tienen que vivir solas, pero pensar que somos el centro del universo en lugar de entender que estamos en este mundo con un propósito que tiene que ver conmigo y las personas que intencionalmente Dios pone en nuestras vidas para dejar un legado de fe, hace que se pierda la verdad de quiénes somos y para qué estamos aquí.

Estoy casada y tengo tres hijos, y todo lo anterior logró contaminar mi corazón.  Trabajaba fuera del hogar.  No me veía estando en el hogar.  Sin embargo, me dolía ver las tardes soleadas y pensar que podía estar con mis hijos en un parque o simplemente compartiendo un juego en esas edades tempranas que pasan y nunca vuelven.

Los conceptos equivocados arraigados y la presión social que se ejerce en los lugares de trabajo me hacían ver que ser ama de casa era lo más penoso para mi vida. 

Sin embargo, y aunque no estemos intencionalmente buscando de Dios, Él pone inquietudes en el corazón para que atendamos Su voz. Así fue como un día pensé ¿qué sentido tiene tener hijos y no disfrutarlos? Entregarlos y entregar su intimidad a personas desconocidas que no tienen el mismo afecto por ellos como sí lo tiene una madre, tal vez una tía o una abuela.

Decidí renunciar al trabajo luego del nacimiento de mi hija menor, quien hoy tiene 27 años. Cuando ya estaba en mi hogar, sonaba el teléfono y eran excompañeras que me decían: ¿Cómo estás metida en tu casa, con tanto que estudiaste?¿Qué esperas en tu vejez? Nunca te vas a jubilar. Otras más atrevidas me decían:  No podría estar de mantenida.

Toda esa información equivocada hacía eco en mi mente, y aunque estaba tranquila en mi casa con mis hijos, no tenía la mínima percepción del valor que tuvo estar cuidándolos, si enfermaban podía chinearlos dentro de mi casa. Si los invitaban a una fiesta, yo misma los podía llevar.  Así pasó el tiempo y conocí del Señor por situaciones dolorosas que tienen que ver con mis hijos. Fue justamente a través del Ministerio de Madres Unidas para Orar que conocí al Señor, ya que al orar con la Palabra mi vida dio un giro para comprender que lo más valioso que puedo hacer en esta vida, es dejar un legado de fe y esperanza en las siguientes generaciones.

El orar con la Palabra y educar con la Palabra como lo dice Efesios 6:4 “Criarlos en la disciplina y amonestación del Señor” se logra a través del Manual de vida que es la Palabra de Dios.

Hasta aquí el Señor me ha sostenido y me seguirá sosteniendo.  Hoy mis hijos son adultos y sigo motivada en orar por ellos siempre. No es orar mucho, es orar siempre. Esta conexión me hace estar confiada.  No es que mis hijos no cometan errores, pero me siento satisfecha y descansada en que Dios los guiará para que se cumplan Sus planes en cada uno de ellos.  No me jubilé con remuneración monetaria. Tengo el privilegio de estar trabajando tiempo completo con el Ministerio de Madres Unidas, y solo veo la mano de Dios, proveyendo para todo, a través de mi familia y sorprendiéndome de otras formas.

Con todo lo anterior no quiero decir que las madres no tengamos la oportunidad de trabajar o estudiar, pero nunca debemos abandonar la prioridad de sembrar eternidad en los hijos, eso es más valioso que todo lo que se pueda lograr en el mundo.  Y si esto lo escuchan madres solteras, la Palabra nos cuenta la historia de Agar, quien fue sorprendida por el Señor y la llevó a descubrir al Dios que la ve, que la escucha y que le provee.  Dios estuvo con ella y con Ismael mientras lo criaba. Así estará contigo.

Génesis 21: 18-20

Levántate, alza al muchacho y sostenlo con tu mano; porque yo haré de él una gran nación. Entonces Dios abrió los ojos de ella, y vio un pozo de agua; y fue y llenó el odre de agua y dio de beber al muchacho. Y Dios estaba con el muchacho, que creció y habitó en el desierto y se hizo arquero.





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